martes, 25 de agosto de 2009

14/

Vos estabas ahí conmigo, pero permaneciste inmóvil, totalmente abstraído en vaya uno a saber qué. Dejaste que me hunda en lo más profundo de las profundidades; que además de faltarme el aire, el poco que tenía todavía por respirar lo sienta pesado, puro dióxido de carbono; dejaste que mis arrugas se convirtieran en grandes y horrosos zurcos que prometiste llenar... ¿Llenar con qué? -me pregunto- si lo que tenías para dar no fue, no es, no será. Futuro del indicativo y a la lona ¿no?.
Cómo habrá sido la revelación que en ese preciso instante en el que me sentí el ser más desoladamente vulnerable de los universos, algo se alineó -¿habrán sido los planetas de los planetas?- y me di cuenta de que tu lunas no son tan distintas a las mías, que si me dejaste caer y derrapar por los siglos de los siglos fue porque vos te sentiste -sentís, sentís-, tan empañado, desgraciado y dependiente como yo lo fui.
Ahora el entendimiento; mi minuto llegó y nuestras lunas ya no se encuentran, ni siquiera son parecidas; somos antónimos.

jueves, 20 de agosto de 2009

13/

(Texto para la facultad: las palabras en negrita eran las que debíamos usar, el tema del texto era a elección entre algunos que nos dieron, yo elegí "mi casa").


Para ella era laberíntica, muchas veces se había perdido en aquellos entrañables pasillos de la casa, de su casa. El salón comedor le parecía de lo más exuberante; los destellos de luz que entraban por la persiana entrabierta creaban un efecto de brillo en cada uno de los muebles, como si fueran preciados abalorios. Sin embargo, su lugar favorito era la habitación del linde de la casa; para llegar hasta allí debía recorrer con mullida sinuosidad cada pasillo, parecían flexibles; a medida que los contornoeaba sentía que se estiraban, que no iba a alcanzarle el aliento y eso le erizaba la piel. Ya estaba a mitad de camino y el ambiente caldeado de la cocina la sofocaba, tomó su cuenco preferido, vertió agua en él y la bebió, el álgido líquido recorrió todo su cuerpo; estaba lista para seguir su oblicuo camino hasta la última habitación. Salió por la puerta totalmente ajada y corrió el último tramo bramando de manera estridente oraciones que ni ella comprendía. Y ahí estaba finalmente, el aire despejado y el olor a incienso de coco se colaban por doquier; las estrujadas paredes de color vinoso que le servían de abrigo creaban una atmósfera de bahía. Estaba a salvo, había encontrado el final del laberinto, una vez más.

12/

Dice que quiere una casa, quiere un angar y una torre de lanzamiento. Yo lo escucho algo distraída; ya conozco ese sermón de memoria. ¡Cantate otra! le grito para mis adentros. A medida que escribo y sigo escuchándolo cantar voy inspeccionando los trazos en mis letras, en mis palabras bien escritas pero algo deformadas, tal vez por la hora o por el hambre o por las ganas de fumar.
Algunas parecen desesperadas por salir disparadas de la birome, se atropellan, la ere que se confunde con la ene, son bastante tercas. Todas quieren ser primeras aunque cuando salen y se secan en el papel se desilucionan; ingenuas. ¡Somos las últimas! gritan quejosamente. Ser último es digno de recordarse también.

martes, 18 de agosto de 2009

11/

A mí no me molestaba el zumbido, ni siquiera lo escuchaba esta vez. Lo que me fastidiaba eran los pequeños eclipses momentáneos que hacía cuando se posaba cerca del velador.
Cuando me falta la luz, automáticamente poso la vista sobre la lámpara, sobre el insecto y mantengo la mirada allí como esperando que le pese, que lo oprima; y así finalmente caiga rendido permitiéndome sumergirme, una vez más, en mis corrientes de palabras. Pero continúa ahí, como el cuervo de Poe; no me permite pensar en nada más que en él, maldito insecto. Saca a relucir mi tan odiada vagancia; de levantarme y deshacerme de él... Ni hablar -además, ¿qué es eso de dejar la cama a estas horas?.
Ya es tarde y alguien que no te conoce como yo lo hago diría que tu llamado es inoportuno, es tarde amigo. Cuelgo el teléfono y miro nuestra foto de aquél par de días en Rosario; me gustaría que tu caminata finalice en mi casa, pero ya sabés cómo son acá; que dejate de joder, dormí bien, la facultad. Y justo hoy es un día en el que el sueño no me faltó, un día, una noche más bien, en la que me gustaría que vengas, te acerques y charlemos sobre antónimos, sinónimos e ideas afines.
Que mates al puto insecto y podamos seguir leyendo.

10/

Me levanté nerviosa, tal vez por alguna que otra maldita pesadilla. Tomé conciencia, sentía el roce de las sábanas en la cara, en las piernas, los brazos, tapada hasta la naríz. No, todavía los ojos estaban cerrados. Sentía su perfume en mi pelo y su recuerdo me angustiaba.
Los ojos ya sentían que era el momento de encandilarse con la luz de la mañana, en mi cuarto no hay cortinas. Y el cerebro les ordenó a los ojos que se abrieran una vez más, que se maravillen con un deslumbrante día nuevo (o eso era lo que creía el cerebro; él es ciego). Penumbra, penumbra total. Y de nuevo el perfume... Tan intenso, tan de él.
Y ahí la ví. Entre los pliegos de mi colcha, tiesa, dormitando aún; la tomé con cuidado entre mis dedos, la acomodé en mi palma y la observé como si nunca la hubiera visto en mi vida. Me angustió más aún de lo que ya estaba (tiesa, dormitando aún) y casi la estrujo cerrando el puño; sí, sería rápido y descargador. ¿Pero después qué haría con los restos?, caería nuevamente en la angustia de no saber qué hacer, ni qué decir(me), ni qué pensar. En unos pocos segundos esos pensamientos devastadores desaparacieron, seguí observándola, detalladamente, en silencio. Empezaba a amanecer y no quería ver el alba; ya me había acostumbrado a la penumbra.
La deslicé suavemente por entre los pliegos de la colcha, su lugar de pertenencia. Los ojos me ardían, el cerebro quería seguir aprovechando su momento de visión pero ellos ganaron esta vez y se cerraron. Me dormí perfumada una vez más.
Tiesa, dormitando... Aún.

9/

Me parece una obra de arte la manera en que la panadera acomoda con envidiable habilidad las facturas unas sobre otras, haciendo que quede un montón deliciosamente perfecto.

8/

Cuando bajo en la estación de subte Malabia de la Línea B, tengo nueve cuadras hasta mi casa.
Sí, nueve cuadras. Para la mayoría es mucho. A mí me encanta.
Las calles de Villa Crespo son bien barriales; los árboles, veredas de esas baldosas con rayitas, las calles adoquinadas, la boutique para señoras que tanta curiosidad me causa debido a la extravagante indumentaria que se exhibe la vidriera, la panadería, la heladería, la casa de pastas.
Es mi paseo cotidiano. Todos los días me invento una historia distinta cuadra a cuadra, pienso cosas indeterminadas, en cómo las escribiría. Las creo y deshago a mi voluntad, algunas las reciclo y hago parte de una nueva historia al día siguiente.
Nunca nada llega al papel.
Nada me convence.
Yo no te convenzo.

7/

Me desperté y ya estaba oscuro, creo que eran las 19:16 si mal no recuerdo.
La radio había quedado prendida; últimamente me duermo con ella, me cuesta menos conciliar el sueño, no me gusta dormir sola, y escuchar una voz que te habla suavemente es lo más cercano a un compañero de sueño que puedo tener.
En fin, me quedé ahí, quieta en la oscuridad de mi habitación mientras mi visión se aclaraba, debajo de la colcha.
Me sumergí en un mundo de recuerdos. Mi mundo de recuerdos. Mis recuerdos.
Acto seguido quise no pensar en nada, ciertos recuerdos me ahogan y ya estaba bastante sofocada por el calor que me proveía la colcha en sí.
Casi sin darme cuenta salí a respirar, me tragué una bocanada de aire frío.
Posición fetal. Esperé a que me abraces.
Y sigo esperando.

6/

Hay días en los que siento que soy capaz de todo. Capaz de alcanzar los miltrescientasesentaisiete deseos que hoy por hoy veo como imposibles.
1367. En número y en palabra suena a mucho, demasiado. Demasiadas son las cosas que ya hice, pero no conté. ¿Por qué tendemos a enumerar aquellas cosas que no hicimos?. Son inexsistentes.
Lo que hicimos, nuestra realidad pasada, merece más atención de la que normalmente le prestamos, es lo que va a impulsarnos a saber que podemos realizar nuestros ahora llamados imposibles. 1367 en mi caso.
La enumeración de imposibles me parece estúpida.

5/

La gran mayoría de mis mañanas, las paso sola.
Mamá y papá se van bien temprano, y Flor casi siempre (por no decir siempre) duerme hasta tarde.
No me quejo, de hecho agradezco mucho la soledad por las mañanas, me es costumbre levantarme de malhumor y no tener ganas de responder al saludo matinal, y si lo hago, es un gruñido.
La cosa es que tengo como, mmm... Una rutina por las mañanas. Antes de prender electrodomésticos como la tostadora, el ventilador o la computadora, subo las persianas del comedor a medias, agarro uno de los silloncitos color mostaza que eligió Mamá, lo coloco en el medio del living, y me hago una bolita. Mis brazos se apoyan sobre el respaldo y mi cabeza sobre ellos. En silencio. Desde ahí observo el balcón, un día como hoy, por ejemplo, veo cómo la brisa acaricia las hojas de la copa del árbol que llego a divisar desde mi balcón del sexto piso.
Cómo me gusta ese árbol, pensar que lo querían sacar, los vecinos son lacras.
El árbol es mi compañía.

...
La panza hace ruido. Es hora de prender la tostadora.

4/

¿Entendés lo que estoy tratando de decirte? ¿estás escuchándome?.
Odio cuando estás en otra, si por lo menos me contaras a dónde te lleva tu mente. A qué lugares maravillosos viajás.
Sé que no puedo estar enteramente en vos, está claro como las dos tazas de agua, pero ¡Ay! ¡qué rabia me da no poder acompañarte!.
Decís que no estás preparado.
Ciento ochenta grados por tres horas.
¿Ya?.

3/

Seis de la tarde. Esa luz solar que entra a medias por la persiana entreabierta.
Mi mano izquierda colgaba de la cama. La otra reposaba sobre el brazo izquierdo y mi cabeza sobre ella. Estaba cómoda; pude imaginar 5 mundos distintos; todos y cada uno de ellos eran perfectos. Nunca me sentí tan insignificante, el silencio me hace sentir así.
Con cuidado, tal vez intentando escuchar el silencio mismo... Empezó: tutút tutút.
No sabía si realmente sonaba así, aún ahora no puedo decirlo con seguridad. Tutút tutút.
Sentía como con cada paso, con ese sonido llevaba la sangre a cada centímetro de mi cuerpo.
Menos a la mano, la mano izquierda, la que yacía en el aire empezó a cosquillear.
Moví el dedo indíce, como examinándolo. Sí, cosquilleaba.
Mi silencio no tan silencio.
Tutút tutút.
Estaba cómoda.

2/

Según mamá, tenía el pelo largo hasta la cola, de color castaño rojizo y bien lacio. Tenía tres años.
Y ahí estaba, sentada frente a la puerta de entrada de nuestro anterior departamento, ubicado en el barrio de La Paternal, que aún recuerdo con melancolía.
Eran las cinco de la tarde. Sentada frente a esa puerta, quieta, mirando fijamente a la nada.
Mamá me miró intrigada, intrigadísima. Preguntó.
-¿Qué hacés Vicky?.
Dice que me dí vuelta, la miré con los ojos bien verdes, llenos de ansiedad.
-Estoy esperando a Los Reyes Magos.
Sí, le robé un abrazo (y una lágrima también).

1/

Sentir que es un tire y afloje sin tener la certeza de si va a ser lo que necesitamos.
Hagamos lo correcto por favor, un intento más; pero esta vez no mientas, la verdad me gusta, me gusta tanto como vos.