martes, 25 de agosto de 2009

14/

Vos estabas ahí conmigo, pero permaneciste inmóvil, totalmente abstraído en vaya uno a saber qué. Dejaste que me hunda en lo más profundo de las profundidades; que además de faltarme el aire, el poco que tenía todavía por respirar lo sienta pesado, puro dióxido de carbono; dejaste que mis arrugas se convirtieran en grandes y horrosos zurcos que prometiste llenar... ¿Llenar con qué? -me pregunto- si lo que tenías para dar no fue, no es, no será. Futuro del indicativo y a la lona ¿no?.
Cómo habrá sido la revelación que en ese preciso instante en el que me sentí el ser más desoladamente vulnerable de los universos, algo se alineó -¿habrán sido los planetas de los planetas?- y me di cuenta de que tu lunas no son tan distintas a las mías, que si me dejaste caer y derrapar por los siglos de los siglos fue porque vos te sentiste -sentís, sentís-, tan empañado, desgraciado y dependiente como yo lo fui.
Ahora el entendimiento; mi minuto llegó y nuestras lunas ya no se encuentran, ni siquiera son parecidas; somos antónimos.

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